martes, 30 de junio de 2009

UNA BACTERIA ALQUIMISTA QUE PRODUCE PEPITAS DE ORO

Las pepitas de oro siempre han despertado mucha curiosidad y en Australia se han encontrado muchas de gran tamaño: por ejemplo en 1869 se encontró una pepita de oro que pesaba alrededor de 72 kilos, la más grande jamás hallada en ese continente. Sin duda hechos como éste impulsaron la “fiebre el oro” australiana que se dio a mediados del siglo XIX. Ahora las pepitas de oro vuelven a ser noticia desde Australia, esta vez como resultado de una investigación científica.

Desde hace tiempo se habían observado estructuras microscópicas sobre los granos de oro que parecían tener carácter orgánico, también se investigaron bacterias capaces de precipitar el oro contenido en una disolución. Finalmente, la investigación comienza a dar sus frutos, un equipo de investigadores encabezado por Frank Reith, de Australia, recolectó fragmentos de oro de distintos lugares que contenían la misteriosa estructura orgánica y analizó su DNA.

Esta estructura orgánica resultó estar compuesta por unas 30 especies distintas de bacterias, entre ellas la conocida como Ralstonia metallidurans, una bacteria capaz de sobrevivir en lugares con una alta concentración de cromo, plata y cadmio, y de precipitarlos. Ahora se sabe que también actúa sobre el oro.

En una solución altamente tóxica de cloruro de oro la gran mayoría de bacterias Ralstonia metallidurans muere, pero según las experiencias de laboratorio, por alguna causa desconocida algunas se adaptan y sobreviven a partir de convertir el oro en solución en oro metálico: producen pepitas de oro.

Los científicos piensan que estas bacterias podrían servir como indicadoras de la presencia de oro en un terreno lo cual sería mucho más barato que realizar costosas perforaciones de exploración, o para producir oro a partir de una disolución. Sin duda la Ralstonia metallidurans es una bacteria de oro.

Rubén Oscar Costiglia Garino

martes, 23 de junio de 2009

Ciencia y humanismo


A ver, vamos a verlo con más cuidado —se decía el joven pensativo. Supongamos que puedo correr tan rápido como se me antojara. Supongamos que corro tan rápido que al encender mi lámpara sorda me muevo junto con la luz que sale de ella, exactamente a su velocidad. Luz y yo viajamos juntos. ¿Qué es lo que veo? ¿Cómo se ve la luz cuando viaja uno junto con ella?...
¡Qué ocurrencia, viajar junto a la luz! Una situación tan cotidiana como correr, llevada a velocidades que solo la imaginación nos puede permitir, desdeñar por un rato a la “realidad” y después retarla a que llegue hasta allá, a ese punto alcanzado con la mente. Así era el espíritu del científico más renombrado de los últimos tiempos, Albert Einstein, aquel físico alemán quien aseguraba que “en los momentos de crisis, solo la imaginación es más importante que el conocimiento”.
La imaginación es la facultad del pensamiento que crea escenarios mediante el acoplamiento mental de eventos que la realidad no reúne comúnmente, es esa asociación de ideas que goza de la libertad de no tener necesariamente un sentido obvio.
Y es que basta con echar un ojo a la historia de la ciencia para entender a que se refería Einstein con esa frase. Cuantos casos hay de investigadores que, sorprendidos por el ocio de sus mentes, llegaron a conjeturas trascendentales para el desarrollo de sus disciplinas. El químico August Kekule (1829- 1895), por ejemplo, al quedar dormido mientras contemplaba las llamas de su chimenea, soñó una serpiente de fuego que devoraba su propia cola, visión onírica que le sugirió la estructura hexagonal del añillo de benceno.
Así pues, la imaginación ha sido esa chispa generadora de ideas para la ciencia. Pero además de ser un generador de hipótesis y teorías, qué otros asuntos deben dejarse al alcance de la imaginación en el ámbito científico. Imaginación para crear nuevas formas de comunicación, difusión y autocritica, imaginación para regenerar los vínculos entre la ciencia y el resto de las áreas el conocimiento humano, e imaginación para develar los compromisos que tiene este conocimiento científico con la sociedad.
Ciencia y humanismo por ejemplo son dos conceptos cuya relación resulta antagónica la mayoría de las veces debido a que históricamente el desarrollo científico ha sido un privilegio y no un bien común. Sin embargo, algo nos dicta que es posible hacer ciencia sin dejar de tener presente el humanismo y entonces, desde el terreno de la imaginación llegan las hipótesis. Tal vez es que son humanos quienes finalmente hacen esta búsqueda de la verdad, tal vez es que imaginamos a la práctica científica simplemente como la entusiasta entrega a la curiosidad humana y no como ese talento cautivo del afán de dominación, o tal vez es que, como dijo Einstein, el individuo con su existencia breve y frágil, solo puede encontrarle sentido a la vida por su actuación sobre la sociedad. Ciencia y humanismo guardan alguna relación sinérgica que la realidad aun no alcanza a representar, pero la imaginación ya puede concebir.
Así pues demos espacio- tiempo- espacio a este desenfado intelectual llamado imaginación, para que nuestros conocimientos sobre ciencia y humanismo nos permitan descubrir nuevas formas de interacción entre estas dos vocaciones humanas.

Oscar Molina

martes, 16 de junio de 2009

El más grande secreto de la especie humana: entender la ciencia


Leer la amenidad con la que escribe Elena Sevilla cuando cuenta la vida de varias mujeres y como se desenvuelve cada una de ellas desde el ojo de una nueva inquilina en un departamento, me ha hecho pensar en la manera de cómo se mira la ciencia. Y es que para cada persona o grupo de personas el significado de la palabra ciencia es distinto, al igual que la palabra puta, uno pensaría que los conceptos y las definiciones son universales. Mientras que para unas personas la ciencia es la solución a muchos de los problemas que aquejan al país, paro otros solo representa una gasto innecesario o una manera de dar empleo justificando gastos y cumpliendo con los estándares para ser una nación en progreso. De chica quería ser puta (la novela de Elena Sevilla) puede ser muy similar a decir: De grande quiero ser científico, la idea de hacer nuevos descubrimientos, encontrar curas a males que aquejan a la humanidad, hallar galaxias lejanas o realizar inventos novedosos, son algunas de las motivaciones para querer ser un científico. A veces hasta la idea de ser un personaje con una bata blanca y trabajar en un laboratorio es el ideal a alcanzar, y efectivamente, así son algunas de las personas que trabajan con la ciencia, pero también son como el resto, comen, van al cine, escuchan música, y hasta se echan gases como el resto de la gente normal. Se tienen distintas concepciones de la ciencia como se tienen de los científicos. Ignorar este quehacer o evitar entenderlo solo nos provocara un retraso que a la larga se verá reflejado como ya lo estamos sufriendo. Y es que decir puta implica mucha responsabilidad, es necesario contextualizar la palabra, y aun así siempre es ofensiva. Decir ciencia, es inefable, para eso debemos entender qué se hace y cómo se hace, una labor que no ha sido muy bien explotada, los científicos hacen ciencia, la ciencia es aquello que nos ayuda a comprender el medio que nos rodea, y al entenderlo se pueden hacer inventos que ayudan a que la vida resulte más cómoda. Encender el televisor, no solo representa conectar un cable y presionar un botón, hay detrás toda una maraña de descubrimientos e inventos que pudieron hacer posible que veamos lo que sucede en otro punto, a veces distante. Ondas electromagnéticas, electricidad, magnetismo, conductividad, salir de la atmosfera y colocar un satélite artificial que orbite, reciba señales y las dirija a ciertos puntos en la tierra, son solo algunos de los descubrimientos e inventos que son capaces de realizarse gracias a la ciencia. Nunca hemos estado alejados de esta actividad, entonces ¿Por qué tanto desinterés? ¿Por qué tantos mitos? Si, de chica quería ser puta, ayuda a entender cuantas maneras hay de decirlo y de comprenderlo, de grande quiero ser científico, puede ser la solución para entender a la ciencia, y para desacralizar su significado, un divulgador científico tiene esa gran tarea. Ayudar a comprender y a aprehender la ciencia. Que mucha falta hace en un país como el nuestro.

martes, 9 de junio de 2009

¡parecemos animales! ¡parecemos?


¿Cuántas veces hemos escuchado la expresión?: ¡no seas animal! O alguna parecida. Seguramente varias veces, e inclusive la hemos dicho. Se debe a que a pesar de nuestra naturaleza, no nos consideramos parte de los animales. Pues resulta que en algún momento, antes de que Darwin hablara acerca del origen de las especies, se creía que Dios había creado al hombre, apartado del resto de los seres. Una de las más controvertidas aseveraciones de Darwin fue el decir que el hombre; que se creía había sido creado a imagen y semejanza de Dios, tenía un origen igual que el resto de las especies. Es decir, todas las especies se han formado a partir de un proceso de selección natural. No provenimos del mono; refiriéndonos a los chimpancés, más bien chimpancés y humanos compartimos un mismo ancestro, al que se le denomina ancestro común. Si nos vamos explorando hacia el resto de las especies y cuantas características tenemos en común resulta que el hombre pertenece a un grupo denominado catarrinos, donde la principal característica es que las fosas nasales son estrechas y cercanas, además de estar orientadas hacia abajo. Cuando alguien se la pasa molestando solemos decir que “acatarra” ¿no? O que es un catarrito. La siguiente vez que escuches una expresión así, responde de esta manera: no soy (es) un catarrito, soy (es) un catarrino, que no es lo mismo, ni es igual. Para esquivar la ofensa.
Lo mismo sucede con la expresión de ¡animal! A fin de cuentas los humanos somos animales, cada que escucho a alguien referirse a otra persona con esta expresión, lo que suelo contestar es, “pues un hongo no es” Los seres vivos estamos clasificados en 5 grandes grupos denominados reinos según la evolución, uno de ellos son los organismos de una sola célula como las bacterias, se les denomina Monera. El siguiente grupo se caracteriza porque son células agrupadas, que se comportan como colonias, se le ha nombrado Protista, otro grupo es el de los hongos, organismos de más de una célula, que para su nutrición descomponen las moléculas de otros seres y las absorben a través de sus membranas. A este grupo se le ha denominado Fungi. Los dos grupos restantes son las plantas y los animales, también formados por muchas células. La cualidad del primero es que pueden fabricar su propio alimento. Es decir son autótrofos. Los animales son heterótrofos, no fabrican alimentos, se alimentan de otros seres. Ahora, si estamos formados de más de una célula, quedan descartados los dos primeros grupos. Para ser plantas estaríamos fijos a una superficie, casi cualquiera que esta sea, y fabricaríamos nuestro propio alimento a partir de la energía solar y minerales. No somos plantas. Para ser hongos tendríamos la capacidad para descomponer las moléculas de los organismos y luego absorber los nutrientes por medio de nuestras membranas celulares. Y solo creceríamos donde estos existan. No somos hongos. Somos animales porque los animales pueden desplazarse, así como las bacterias. Pero estamos formados por miles de millones de células. Nos alimentamos de otros organismos, los ingerimos, y nuestro cuerpo asimila los nutrientes por medio de células especializadas. Valla expresión la que hemos acuñado y que resulta ofensa cuando en realidad debe ser una aceptación de nuestra naturaleza, somos animales. Nos comportamos como tal. Los humanos somos animales, igual que un chimpancé, una ballena, una paloma, un lagarto, un sapo y una mojarra y todos aquellos que he omitido. Si a lo que se refiere la expresión es a la falta de cordura que debería poseer el ser humano, la expresión es errónea, ¿por qué no cambiarla?